Es raro darse cuenta de las lentas y graduales evoluciones que se imponen en estos proyectos con el paso del tiempo. Por eso, quizás, uno de los periodos más interesantes de vivir como arquitecto fue la Revolución Libanesa, revolución que reconfiguró mi comprensión de los paisajes urbanos a los que me había acostumbrado desde que era niño.
En una época de disturbios civiles, los arquitectos e inversores ven sus proyectos transformarse en nuevos y animados santuarios que designan al público como arquitectos de un nuevo tejido urbano.
Tal vez una de las ideas erróneas más comunes acerca de la arquitectura de gran escala, más específicamente la planeación urbana, es su longevidad estática en términos de sus propósitos finales y/o sus fines. Vemos ciudades y las estructuras como decisiones a largo plazo que se planifican cuidadosamente para asegurar estatus final. Decisivas, irreversibles y rígidas.
Es un gran choque cultural, y en el caso de un arquitecto, un choque profesional, el ver todos estos hitos con los que hemos crecido, transformarse repentinamente en evoluciones casi instantáneas de todo lo que habían sido durante los últimos 30 años, algunos años más, algunos años menos.
Pensar que, en lo que fue literalmente un lapso de 48 horas, un proyecto cuidadosamente planificado o una ciudad metódicamente estructurada pudieron incumplir, por completo, todas las predicciones y el duro trabajo de un arquitecto, es fascinante.
Este hecho impulsó esta cierta sensación de que nosotros, los arquitectos, somos meros técnicos. Que los artífices, verdaderos arquitectos y determinantes del espacio, la experiencia y las cualidades son las personas. He visto como una “revolución”, que no es más que un concepto arbitrario, rediseña cuidadosamente una ciudad entera. Esta “revolución” se convirtió en su propio movimiento arquitectónico, lo que me llevó a preguntarme ¿Qué es la arquitectura de una revolución?
La arquitectura de una revolución es la recuperación de los espacios públicos

Tal vez uno de los momentos más importantes de mi infancia fue escuchar todas las historias sobre los mercados tradicionales que llenaban los espacios del centro de la ciudad de Beirut en la década de 1960, una hazaña que mi generación nunca pudo a experimentar, historia seguida por una guerra civil que inmediatamente condujo a la excesiva privatización y comercialización del corazón de Beirut.
Esta historia no es ajena a muchas áreas del mundo, en las que la esencia misma del tejido urbano de una ciudad se privatizó lenta pero inexorablemente, hasta que el aura cultural se perdió en un mar de rascacielos llamativos, guardias de seguridad y café a precios excesivos. La legendaria Plaza de los Mártires, que ya casi no es una “plaza”, quedó rodeada de autopistas, estacionamientos y oficinas.
Por eso, uno de los sitios más hermosos, para un arquitecto,es ver es a 2 millones de personas recreando la visión urbana por la que nuestros predecesores de la industria se esforzaban en crear, muchas décadas atrás. La costa, ilegalmente privatizada, en su día un espacio para el público, vio cómo cientos de personas entraban en ella llevando sus tradicionales desayunos y sentándose en las aceras de “Las bahías de Zaitunay ” en un acto de desafío cultural. El mercado tradicional, del cuál solamente se escuchaba a través de las historias de nuestros mayores, fue restablecido a lo largo de las calles cerradas del centro de la ciudad. Personas de todas las clases y sectas levantaron tiendas, se tomaron de la mano, iniciaron debates y actividades sociales, y recrearon el sueño urbano de un hito nacional que fue privatizado algún tiempo atrás.
Sofás y camas fueron traídos del puente “The Ring”, que fue anunciado en Airbnb como un espacio de alojamiento gratuito al aire libre para que los manifestantes pudieran dormir ahí. La revolución se convirtió en un vínculo que nos reconectaba con el pasado, y con nuestro tejido urbano, mejor de lo que ningún arquitecto ha conseguido hasta ahora.
No hubo planeación para esta transformación aparentemente orgánica, pero sorprendentemente instantánea, donde las personas simplemente sabían donde se dividían las funciones. Sabían que la plaza de los Mártires era para la recreación y que la plaza de Riad el Solh era para las protestas serias. Sabían dónde instalar los mercados y cómo separar las zonas de debate y discusión. El arquitecto y urbanista Antoine Atallah fue quien mejor lo reflejó, con su plano actualizado del centro de la ciudad en la época revolucionaria, que muestra el tejido urbano recreado y ejecutado por los ciudadanos de la ciudad.

La arquitectura de una revolución es la recuperación de los monumentos nacionales.

Los espacios al aire libre no fueron los únicos espacios recuperados por las personas, quienes se aseguraron de revivir los hitos arquitectónicos nacionales destrozados por la guerra, algunos de los cuales estaban bajo amenaza de ser demolidos por sus respectivos propietarios.
Y no muchos pueden atribuirse el haber visto a la arquitectura transformarse de una manera tan fascinante como la para revivir una estructura, de hormigón en bruto, sucia, abandonada y en ruinas para cumplir con funciones completamente nuevas y desconocidas.
Quizás el arquitecto Joseph Philippe Karam no hubiera podido prever el destino del entonces revolucionario edificio “The Dome City Center”, popularmente conocido como “El Huevo, como la trágica historia del primer cine libanés que fue convertido en una ruina total durante una guerra civil sin precedentes. Sin embargo, le habría impactado aún más ver esta ruina convertirse en un punto de encuentro para manifestantes, reutilizada como un centro de conferencias y debates que aprovecha las antiguas sillas del cine y además, en su última planta, una discoteca de música techno cubierta de luces neón, todo ello respetado su condición de cine, siendo anfitrión de proyecciones gratuitas entre sus ruinas.
Lo mejor de todo es que, con la integración de unas nuevas escaleras exteriores, el techo en forma de huevo del edifico, se convirtió en el lugar para obtener las mejores vistas del nuevo paisaje urbano esbozado por la revolución. Anteriormente, “El huevo” también ha acogido un espectáculo drag que formaba parte de la exposición de arte Saint Hoax.

Esto recalca la naturaleza evolutiva de nuestros edificios, de los cuales en realidad nunca puede predecirse el uso que la gente hará de ellos. Nosotros creamos la cáscara, en este caso una cáscara irónicamente en forma de huevo, sin embargo el arquitecto es la última persona que determina las actividades colocadas en su interior.

Otros hitos recuperados fueron el “Gran Teatro”, de inspiración otomana, y la emblemática estatua de los mártires.
La arquitectura de una revolución posee una imaginación que no conoce los límites.

Se nos ha enseñado como arquitectos durante innumerables años como la forma sigue la función, pero rara vez no dicen que la imaginación no conoce el límite, o que la arquitectura es lo que nosotros hacemos de ella, en todo el sentido arbitrario de esta frase. Es atractivo ver nuestro trabajo (o incluso el trabajo de la naturaleza) a través de los ojos de los no arquitectos, ya que estos ojos no conocen los límites de los acuerdos canónicos de los arquitectos.
Una revolución permite ver el espacio como lo ve un no-arquitecto, y mientras nosotros componemos esos espacios, la sociedad ayuda a galvanizarlos.
Un ejemplo es la gran ciudad de Trípoli, que en su día fue la obsesión de Oscar Niemeyer y su propuesta de ciudad del futuro. La plaza Al-Nour de Trípoli no tuvo descanso en su re-imaginación. Un día, su transformación en la mayor fiesta rave del país se hizo viral en Internet. Al otro, el montaje de mercados en ella le dio una nueva vida. Las personas discapacitadas fueron acogidas con espacios en los que podían residir, mientras que la escultura central se convirtió en la brújula que crearon los nuevos ejes de movimiento.
Por otro lado, el puente elevado de Jal-El Dib permitió conseguir una reunión de protesta de dos pisos, con el uso del nivel superior tanto como mirador como punto de documentación. Por último, las protestas de vehiculares se extendieron a las aguas, donde las reuniones se realizaban por medio de barcos, lo que creo una extensión natural de las playas públicas.
La arquitectura de una revolución es inclusiva.

Consideramos muy a menudo, como arquitectos, que nuestros proyectos están dirigidos hacia ciertas comunidades en exclusivo, sin embargo solo un arquitecto con una visión muy corta se irritaría ante la idea de que comunidades no previstas llegaran a ocupar esos espacios de nuevas maneras.
La arquitectura de una revolución es altamente juiciosa de los errores de los arquitectos

Y aquí está, la responsabilidad arquitectónica. Una pregunta que se le plantea con frencuencia al arquitecto. ¿Quién te hace responsabilizarte de tus fallos? ¿Por tus errores de apreciación? ¿Es el inversor, o el ocupante del espacio, o agradeciendo que se molestaran en regular, el gobierno?
Esta revolución me demostró que el público, por abstracto que sea este ente, tiene opiniones muy sólidas con respecto y acerca de la arquitectura. ¿Por qué, si no, los anarquistas elegirían vandalizar públicamente proyectos de más de 500 millones de dólares mientras ocupan alegremente un monumento nacional casi destruido? ¿Por qué desestimar el acceso a tanto espacios como edificios renovados y de calidad para adoptar alternativas menos convenientes, pero más sentimentales?

Tal vez la revolución demostró uno de los primeros casos de responsabilidad arquitectónica que yo haya visto. La gente protestó por los crímenes cometidos contra nuestro tejido urbano. Rechazaron y destruyeron los edificios que derribaron hitos culturales e históricos, o que siquiera estuvieran de pie sobre ruinas, ahora perdidas, de gran valor, para dar cabida a inversiones enmascaradas bajo fachadas posmodernistas que luchan entre sí por atención. Protestaron contra la arquitectura que estuvo de acuerdo en prohibirnos de nuestros espacios públicos. La arquitectura que le faltó al respeto a nuestros hitos y pasó por alto nuestra esencia. La arquitectura que destruyó nuestra biodiversidad. La arquitectura que cubrió nuestras vistas costeras y se apoderó de nuestras playas públicas. La revolución envió el mensaje de que la brújula ética de los arquitectos es observada minuciosamente por las personas.
Aunque podría considerarse como un gran proyecto en frío, las Terrazas de Beirut de Herzog & de Meuron fueron vistas con un extremo descontento por aceptar urbanizar aún más y restringir una zona que antes era de propiedad pública, por encargo de inversionistas que habían robado terrenos públicos.
Por lo tanto, la arquitectura de la revolución es la arquitectura que sobrevive la prueba de rendición de cuentas.
La arquitectura de una revolución conecta las distancias y desconecta los contiguos.

Comunidades en antaño rivales, que estaban casi completamente separadas de una escala macrourbana, han logrado trascender el espacio y romper barreras, conectando a sus poblaciones a largo de todo el país, desde el extremo norte hasta el extremo sur. Una cadena humana de más de 100.000 personas se tomaron de la mano cubriendo la costa entera. Las iniciativas de transporte han visto a comunidades y zonas de concentración desplazarse, hacia nuevos territorios inexplorados, en actos de solidaridad.
Autobuses transportaban a los manifestantes a lo largo de la línea costera (con mensajes de solidaridad desde Trípoli hasta Nabatiyeh), mientras que, simultáneamente, se bloqueaban otras calles para designar ciertas zonas como de acceso público peatonal únicamente.
Y los manifestantes no son los únicos catalizadores de tales cambios, donde las fuerzas de seguridad internas crearon bloqueos de “seguridad” y restringieron el acceso a zonas específicas, alterando aún más las conexiones a las que estábamos acostumbrados.
Así pues, no sólo cambió el tejido urbano de las propias ciudades, sino también la distribución urbana, a macroescala, de todo un país.
Y podría decirse que el aspecto más interesante de tal alteración orgánica, desde la perspectiva de la planificación urbana, sería su naturaleza animada, transformándose y cambiando un día tras otro en función de necesidades en constante evolución. Esto creó ciudades “no-permanentes” que viven y respiran mientras acogen la historia de una revolución.
La arquitectura de una revolución tiene fachadas más vivas.


Al frío y sucio concreto de las fachadas brutalistas abandonadas de “El Huevo” en Beirut, se le dio color. Los primeros edificios modernistas de Trípoli fueron cubrietos con mensajes patrióticos, como se ve en la plaza Al-Nour de Trípoli. Se añadieron ampliaciones y otras fueron destruidas. El arte y la arquitectura se fusionaron en un ente interconectado que recraba la paleta de color deslavada de la ciudad.
La arquitectura de una revolución es sostenible, hasta cierto punto.

Para concluir esta perspectiva sobre las lecciones de una revolución en la arquitectura, hay una última consideración, breve pero sorprendente, que viene en forma de sostenibilidad generada por el usuario, considerando que la gente ha logrado impresionantes iniciativas de sostenibilidad sin financiación o experiencia.
Desde iniciativas de reciclaje, pasando por la incorporación de vegetación tanto en calles como en edificios, hasta estudios completos sobre las capacidades de soporte de cargas vivas en edificios en peligro, que permitieron la espontanea regulación, impulsada por los manifestantes, sobre los cupos máximos dentro de dichas estructuras. Estas iniciativas han demostrado un tipo de interés por la sostenibilidad que los no arquitectos comparten con nosotros, los arquitectos.
Esta experiencia podría ser clasificada tan valiosa como gran parte de los cursos teóricos y prácticos que he estudiado en la universidad, si es que no más, ya que me ayudó a verla como una parte, de nuestras vidas, mucho más vibrante y animada de lo que creía anteriormente.
La arquitectura de una revolución es de cambio, de giros inesperados y de vueltas que van en contra de la intrincada planificación que solemos hacer. Es destructiva de nuestras ideas pero constructiva para las sociedades que habíamos soñado crear bajo esas ideas. Es una lección aprendida, nosotros como arquitectos, necesitamos escuchar activamente a las exigencias y necesidades de las personas que nos rodean.
